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Gustavo Fernández (Excanciller): “Chile debe definir qué clase de relación quiere con esta Bolivia”

hace 5 año(s)

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El excanciller Gustavo Fernández Saavedra afirma que Chile debe definir qué clase de relación quiere tener con la Bolivia de hoy. “¿No es mejor y más inteligente  asumir que ha llegado el momento de buscar una solución negociada en serio?”, se pregunta. 

Fernández afirma que lo que corresponde ahora es esperar con confianza y respeto el fallo de La Haya, “sin aspavientos ni una prematura actitud de triunfalismo”.   

¿Qué debemos esperar sobre la demanda marítima? 

Lo más importante que podía pasar en La Haya ya pasó. El fallo de la Corte en el incidente preliminar, inapelable y definitivo, establece que “los asuntos en disputa no han sido resueltos por acuerdo entre  las partes, por un fallo arbitral o por una decisión de una corte internacional” ni “regidas por acuerdos o tratados en vigencia en la fecha de la conclusión del Pacto de Bogotá”.

En esas frases cortó de raíz la doctrina chilena de que no existía problema pendiente con Bolivia, que todo había sido resuelto en el Tratado de 1904.  

Ahora corresponde esperar con confianza y respeto el fallo del Tribunal sobre el fondo de nuestra demanda, sin aspavientos ni una prematura actitud de triunfalismo. 

¿Cuánto nos acercará al mar un fallo favorable?

El país debe saber que la soberanía de Bolivia en el Pacífico no vendrá en una carpeta de la Corte Internacional de Justicia. Con la sentencia del Tribunal se habrá dado un paso más en la larga e histórica travesía de Bolivia para volver al mar. 

Pero aquí no termina el camino. Esperemos que se abra una negociación de buena fe que nos conduzca a una solución que atienda el interés de Bolivia y Chile y, si corresponde, el del Perú. Eso es lo que hemos demandado a la Corte.  

¿Cómo graficaría la postura que asumió Chile para con Bolivia después de la Guerra del Pacífico? 

Durante y después de la Guerra del Pacífico, hasta la firma del Tratado de Ancón y el Tratado de 1929, Chile alimentó la idea de transferir a Bolivia los territorios peruanos de Tacna y Arica, para colocar al país como tapón con el Perú, convertirlo en aliado estratégico de-facto y consolidar de esa manera la conquista de la provincia peruana de Tarapacá. 

Ganada la guerra, asumió la actitud arrogante que se destila en la carta de Abraham Konning, de agosto de 1900, una de cuyas frases reverbera todavía: “Que el litoral es rico y que vale muchos millones, eso ya lo sabíamos. Lo guardamos porque vale; que si nada valiera, no habría interés en su conservación”.  

Una vez que impuso el Tratado de 1904, construido el ferrocarril Arica-La Paz, controlados ferrovías y puertos de exportación de minerales, Chile intentó dominar la economía y la minería boliviana y estuvo bien cerca de conseguirlo, hasta que Patiño tomó control de la Compañía Estañífera de Llallagua, en 1924, en una célebre reunión de directorio en Santiago.

Durante los años 30 y 40, en los que Bolivia estuvo concentrada en la atención de la Guerra del Chaco y de sus inmensas consecuencias sociales y políticas, la élite chilena estuvo esperanzada o persuadida que con un régimen más o menos funcional de libre tránsito  Bolivia aceptaría su nueva realidad, renunciaría o encarpetaría su demanda de acceso soberano al mar  más temprano que tarde.

Esa política formaba parte de una visión estratégica más amplia, que, alejada de América Latina, se cimentaba en una relación privilegiada con el Reino Unido, Europa y Estados Unidos. La guerra de Las Malvinas mostró hasta qué punto podía llegar esa orientación. 

En el caso de Bolivia ¿desde cuándo diría   que el país logró poner en agenda otra vez el tema marítimo?

Al promediar el siglo XX, Bolivia repuso el tema marítimo en la agenda y esa iniciativa desembocó en los compromisos de las notas de 1950 y el Memorando Trucco de 1961, que, a su vez, serían el antecedente de las negociaciones de Charaña, en la segunda parte de los años 70. Desde la distancia, está claro que la atención  chilena a la demanda boliviana respondía al aumento de tensiones en la región, al aproximarse el centenario de la Guerra del Pacífico.   



En el periodo siguiente, en el que Bolivia planteó el problema ante la comunidad internacional –el Movimiento de Países No Alineados y sobre todo la Organización de Estados Americanos (OEA)- Chile afirmó que el tema era estrictamente bilateral y que no existía ningún problema territorial pendiente. 

Sostuvo que todo se había resuelto por el Tratado de 1904 y que ese Tratado era intangible. Si se lo tocaba –pregonaba- el régimen de fronteras de todo el continente se pondría en discusión. Faltó poco para que afirmara que ese Tratado era la piedra en la que descansaba la estabilidad y el equilibrio político global. 

Esa es la política -de altanería, cálculo y negación- que explica el deterioro constante de las propuestas y planteamientos chilenos para resolver el problema del acceso soberano de Bolivia al océano Pacífico. 

¿Sí Chile actuó de esa forma, cómo  Bolivia logró emerger pese a todo? 

Con lo que no contaba Chile era con la capacidad boliviana para construir un país en medio de todas las adversidades.  No perdió nunca la esperanza. Exploró todos los caminos para recobrar la cualidad marítima.  

La propia Guerra del Chaco se inspiró, entre otras causas, en  la búsqueda de una salida soberana al mar por la cuenca del Plata. Resistió los cantos de sirena del libre tránsito y no abandonó su demanda de acceso soberano. Exigió el cumplimiento de las promesas y ofertas de Chile.

No solo persistió en su demanda. La convirtió en causa nacional. En dato fundacional de la identidad nacional, factor de unidad y movilización, que echó por tierra la afirmación chilena de que solo los gobiernos en dificultades recurrían al tema del mar para mantenerse en el poder.  

Más aún, su demanda tomó dimensión política continental en la OEA y en el pronunciamiento de gobiernos y personalidades de la región, en el razonamiento que su persistencia es una amenaza a la seguridad regional y un freno a la integración latinoamericana, reforzada ahora con el fallo ya mencionado de la Corte Internacional de Justicia, de septiembre de 2015.  

Esa es la realidad que debe enfrentar Chile. Se quedó sola y sin argumentos. Además, Bolivia es otra, bien distinta de la del pasado. Ocupa todo su territorio, se proyecta al Atlántico y al Pacífico, diversificó su economía, aumentó su población y mejoró sus índices de desarrollo humano.  

¿Qué debe pasar para generar acercamientos? 

Chile tiene que definir qué clase de relación quiere tener con esta Bolivia, en este siglo. Cuál es su “interés nacional” en la relación con un país que no cejará nunca en su demanda. Construir un muro con Bolivia, ficticio o real, no es una opción. 

Sabe que no tiene ni la razón ni la fuerza política y económica para imponer sus condiciones a Bolivia. Como lo ha demostrado, Bolivia puede existir y crecer sin Chile y hasta a pesar de Chile. 

La asimetría militar tiene valor cero, porque no puede usarla. Puede obtener victorias militares al costo de derrotas políticas gravísimas.  ¿No es mejor y más inteligente, asumir que ha llegado el momento de buscar una solución negociada en serio?

¿Qué tipo de solución debe darse en este tema?

Una solución en la que todos ganen, que atienda a los intereses nacionales de todas las partes, que devuelva seguridad y estabilidad a la región, que contribuya a su integración y que recupere las oportunidades perdidas en cerca de un siglo y medio de conflicto.

Bolivia, desde luego, debe responder sus propias preguntas y definir una estrategia que procure el fin del enfrentamiento. 

Esa es la oportunidad que se abre para ambos países, ahora, cuando se aproxima el cierre de la controversia en la Corte Internacional de Justicia. ///


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